martes, noviembre 28, 2006

Con medalla de plata en el pecho

Desperté casi con una cachetada en mi garganta.
Lo sé; suena extraño, pero qué quieren que le haga: mi vida tiene una severa peculiaridad enraizada.

Amanecí con un sentimiento algo cobarde: un miedo a poner un pie en la calle. Tenía unas ganas inmensas de arrancarme los ojos y tener así una "pequeña" excusa mientras me desangraba por voluntad propia en mi cama. Pero no: saqué fuerzas del Nesquik que nunca me tomé cuando chica y decidí arriesgarme pese a mi mal presentimiento.

Tan porfiada que salí. Tan testaruda. Tan fija en una puta idea que no se va de mi cabeza hasta alcanzarla. Debe ser por eso que en esta demencia que me acompaña tomo todo como un singular trofeo: peleo por ello hasta alcanzarlo y no rendirse resulta agotador.

El problema no va en alcanzar lo que quiero, sino que no hago un previo estudio en cuanto a lo que voy. No calculo riesgos, no evalúo estadísticas que me soplan entre cifras lo que me pueda pasar y me sumerjo en un juego en el que no puedo perder, porque simplemente no sé admitir las derrotas.

Ahora me explico aquel karma: contigo ha sido la única vez que he sacado un segundo lugar y por ello mis constantes manías respecto de ti. Pasan los años y no me conformo con el premio de consuelo.
Será por eso que sigues aquí sin estar.
No sé perder...
Y puede que la medalla de plata aún me pese en el pecho.

lunes, noviembre 27, 2006

Prisa, calma, intentos y perfección (vaya mezcla)


Sin ganas de ganarle a la prisa.
Sin ganas de competir con la calma.
Sin ganas de perseguir intentos.
Sin ganas de patear lo que solía ser perfecto.

Con prisa.
Con calma.
Con intentos .
Con supuesta perfección.
¿Qué va?
¿Si nada de esto tiende a volverme adicta a ellos?

Y tal vez la prisa me apresure.
Y tal vez la calma me apacigüe.
Y tal vez los intentos me den esperanzas.
Y tal vez la perfección resuelva mi vida por defecto.

Causa número uno: congelar la prisa.
Causa número dos: volver esquizofrénica a la calma.
Causa número tres: derrotar a los intentos.
Causa número cuatro: bajarle el ego a la perfección.
Resultados obtenidos: ...

Prisa anda tan apurada que no la alcanzo.
Calma se está tan quieta junto a la conversa con aquel caracol.
Intentos yacen tan ensimismados en sus esfuerzos.
Perfección no tiene espacio para admirar a lo que no está a su altura.

Sobre tacones que atrasan el camino veloz de los rieles de mi cama.

"¡Deprisa doña calma que el señor intentos quiere pasar al burdel antes de conocer al sumo pontífice Perfección!"

domingo, noviembre 05, 2006

Y aquí vamos de nuevo


Cojo mis audífonos. “Knives out” comienza a recorrer mis sentidos. Un gato se atraviesa en mi camino, más bien, yo tropecé en el suyo. Es pequeño pero con dos enormes ojos que me intimidan. Siempre me han intimidado los gatos. Los motivos, no los sé. Tal vez por eso no me gustan.

Luego de evitar al gato sigo mi camino. Debo llegar a la Alameda en menos de 30 minutos, algo casi imposible de lograr si consideramos que vivo en La Florida.
Me siento en el paradero con mis ánimos desesperanzados. Creo que no llegaré a tiempo a la clase. Han pasado más de 10 minutos, lo mejor es devolverme a casa, pero lo malo es que no quiero volver. No quiero estar allá, ni tampoco acá, menos en clases.

Ya no me explico qué está pasando, por lo que sospecho que terminaré culpando a la alineación de los planetas, la cual no me está favoreciendo.
¡Ups! Se me olvidaba que no creo en la astrología ni en esas cosas con las que Zulma se hace sus monedas.

Entonces ¿qué viene?

Garbage está acosando a mis audífonos. Finalmente aparece la 357. Subo. El chofer me mira con cara de matón. Recibe los $120 y para variar no me entrega boleto ¿qué extraño no? Me siento al lado de la ventana, un sinnúmero de paisajes grises van quedando atrás para darles paso a otros en los próximos semáforos.

Una sensación algo viciada llega a mí. No es algo nuevo: hace meses que se familiarizó conmigo. Lo que no entiendo es que, a pesar de ser un agradable estremecimiento, me hace mal.

Mis tentativas de apartar aquello de mi cabeza resultan infructuosas: por más que intento poner mis pensamientos en otro contexto éstos vuelven a caer. Son unos malditos reincidentes.

Después de unas 12 o 15 canciones llego a Plaza Italia.

Tamara, despierta. Tu realidad universitaria está a cinco minutos de acá. Debes moldear tu sonrisa y tus frases cliché para la rutina social de costumbre en República.

La Moneda me saluda con aires burocráticos. No le devuelvo el saludo. Espero topar mi vista con la Facultad de Odontología de la Mayor, ya que a la otra cuadra me bajo y comienza mi vida supuestamente responsable.

Piso tierra firme. Atravieso en el semáforo. Miro hacia atrás buscando la manera de sajarme de todo esto, pero no la encuentro.

Sacudo mis pensamientos en ansias de colocarlos en su lugar. Lo malo es que no sé cuál es ese lugar.
Ya estoy en R7. Mi vida autodidacta se ve amenazada. Mis pensamientos reales se esconden del mundo al cual los estoy exponiendo.

-¡Wena pos Negra! ¿Cómo estay?-

Me saco los audífonos: la música deja de sonar en mis oídos.
Y aquí vamos de nuevo.

miércoles, noviembre 01, 2006

Y eso que aún ni te dignas a aparecer


Es como si en medio del ensordecedor ruido me hubiesen dado palabras de paz silenciosa. Se detuvo el mundo un par de segundos, éste me invitó a pensar que no es tan malo después de todo.

¿Es tan real como lo pienso? ¡Si ni siquiera aún existe!

Pero la impaciencia me está matando, pero de una felicidad que nunca antes había experimentado.

Pese a todo lo que se está paseando por mi vida en estos momentos (y me refiero a un “todo” no muy agradable que digamos), esa vocecita muda canta en mis oídos. Me susurra dulzura e inocencia, aunque todavía no experimenta nada de lo que nosotros llamamos “concreto”.

Estoy volcando todas mis esperanzas en aquella utopía cobijada en un vientre, pero que dentro de nueve meses me tapará la boca con su aparición casi divina.

Ahora sé que debo reforzar mi ser como nunca antes lo había hecho: un serafín amateur con un alma recién construida se paseará dentro de un universo terrenal sin previa experiencia. Tengo que ser su guardaespaldas, he de cuidar sus emociones como la abeja cuida su miel. Y estoy segura de que esta miel es más dulce que la de las abejas.


De aquí en adelante me referiré directamente a ti. Sí, a quien se está bañando en ilusiones de un número de humanos que no haya la hora de que salgas de tu guarida. A quien anula en estos tiempos todos mis momentos de tristeza, porque lo único que he hecho desde que supe de tu futura existencia es pensar en ti. Y desde ya te digo que te amo, que te amaré siempre y que nunca nadie me separará de ti.

No sé quién eres ni qué esperas de mí, ¡ni siquiera sé qué es lo que espero yo de ti! Pero sea lo que sea, me des lo que me des, lo tomaré con todo lo que tenga y lo dejaré en un cofre bajo siete llaves, así nadie podrá arrancármelo y dejaré a un millón de mis guardianes imaginarios al lado de ese preciado tesoro que has de obsequiarme. Recopilaré cada mirada, cada risa, cada avance, cada contacto que tenga con tus manos, con tu piel, con tu vida.

Desde hoy mi vida está a tu disposición, has con ella lo que te dé la gana. Tienes mi voluntad a tu merced, porque mi amor se transformó en tu esclavo, en la dependencia más absoluta que el cariño pueda advertir.

Quiero que sepas que realmente posees gran fortuna: caíste en un par de vidas maravillosas, donde los sentimientos se pasean con una tranquilidad envidiable, con abundancia, con sano vaivén.

A ese par de vidas los admiro como cuan aprendiz se asombra de su maestro, es más, los amo y los retengo en mi mente como hábiles peldaños que debo alcanzar. A ellos los llamarás padres.

Te contaré un secreto, tal como el zorro le contó este secreto al Principito: “sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos. Los hombres han olvidado esa verdad, pero tú no debes olvidarla”.

En estos instantes estoy mirando con el corazón, porque puedo verte. Tú eres lo que para mí es esencial y aún eres invisible a mis ojos, con la única excepción de que cuando logre verte seguirás siendo mi esencia.

Me despido de forma momentánea, debido a que nunca te diré adiós. Esperaré con ansias tu sobresaliente participación estos nueve meses. Luego aguardaré el instante en que embellezcas mi vida con sólo saber que estás a mi lado.


Nunca me cansaré de decirlo: desde ya te amo.


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Gracias por transformar mis días. Han logrado que deje a un lado lo que me cegaba. Han iluminado mi cuerpo y le han regalado sangre nueva, la cual circula plenamente por mis venas. Los amo a los tres.