sábado, abril 04, 2009

Tal vez Alighieri tenía razón


Hace bastante tiempo que no me sentaba a escribir: había dejado a un lado mi hábito de fijar en letras la marea de ideas que se me vienen a cada segundo a mi cabeza. Pero aquí estoy… como siempre ocurre en todos los ámbitos de mi vida, vuelvo a mis conductas originales, a las que –aunque quiera dejar, omitir u olvidar- siempre serán mi punto de partida.

Durante estos últimos meses opté por renunciar a la subestimación de mi capacidad de asombro. Decidí “remasticar” aquellos años de “no sorpresa” y saqué lo mejor de todo eso: concluí que necesitaba urgentemente volver a creer (de manera vibracional) en lo que daba por certero, como predecible. Asumí -con grandes esfuerzos internos- que mi emoción debía reaparecer, la pasión por lo que me mueve: mi dualidad intrínseca respecto de la sensación versus el pensamiento.

Admito con gran responsabilidad la conducta que adapté en cuanto a no dejarme llevar. El escudo que construí realmente me ha dejado perpleja: nunca creí que sería capaz de reflejar la predicción automática de La negación al asombro cuando en mi interior todo se revuelve como montaña rusa de emociones y sensaciones. Concluyo, incluso, que florecieron algunos dotes actorales en mí (que gran parte de mi familia orgullosamente posee como parte de sus habilidades), de tal manera que el papel que me auto adjudiqué me lo estaba creyendo en su totalidad.

Agradezco la pausa que me permití, pero a quienes más retribuyo ello es a los que siempre permanecieron ahí, a los que nunca olvidaron mi esencia de complejidades y que aprendieron a verlas como una raíz respecto de mi entereza, es más: fueron capaces de darme a entender que mis laberintos racionales poseen una intensidad emocional diferente, que derivan en ideas atractivas y poco comunes, algo así como un “matiz distinto”.

Beatriz, sí. Creo que de ahora en adelante tendré más en cuenta la relación explicativa de aquel apodo que me fue obsequiado por un gran amigo. Desde este momento denominaré como Beatriz a ese torbellino interno que me identifica. Me ayudará a no volver a enterrar mi esencia, sino que me empujará diariamente a recordar que –lamentablemente o meritoriamente- las dualidades son la parte exponencial de mi real significado. Tal vez Alighieri tenía razón, a partir de hoy no negaré la posibilidad de ver mis laberintos como una virtud característica
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