sábado, junio 17, 2006

El Señor de los perros

La monotonía se hace presente desde temprano en las calles de Santiago. Las miradas fijas en los relojes y los rostros afligidos de la gente que se apresura a llegar a sus respectivos trabajos no inquietan a Alan Acuña, quien camina tranquilamente con su carrito de supermercado lleno de cachorros que no cesan de ladrar.

Su contextura delgada y su barba blanca dan fe de los esforzados 52 años que le ha tocado vivir. Con sumo cuidado saca a uno de sus animales del carrito y le convida un poco de leche que echa en un posillo. “Ellos (los perros) han sido mis verdaderos compañeros en esta vida, son los únicos testigos de lo que me pasa a diario”.

Nació en Curicó en 1955 y nunca conoció a sus padres biológicos. Fue criado por Rebeca Avendaño, su madre adoptiva, quien falleció cuando Alan tenía 6 años. Los hijos legítimos de ésta lo maltrataban e hicieron trámites para internarlo, motivo por el cual huyó de su hogar. “Me arranqué con dos galgos y recorrí junto a ellos todo el sur. Así llegué después a Santiago a los 9 años”.

Las frías calles de la capital se transformaron en su hogar y los perros en su familia. Poco a poco fue adoptando caninos, hasta llegar a tener a más de 50 bajo su cuidado. “Viví muchos años bajo el puente del Mapocho junto a mis animales. Odiaba a los ladrones, así que siempre les tiraba a los perros pa’ que defendieran a la gente”, explica.

En su niñez, este hombre moreno y de ojos almendrados fue cuidado por “las niñas de la calle”, como las llama él. Estas mujeres lo alimentaban y lo aseaban. A cambio de aquellos cuidados, él les servía de “soplón” en las esquinas donde ellas se ubicaban por las noches. “A ellas les tengo mucho respeto y les estoy muy agradecido, ya que me acogieron cuando más lo necesité”.

A medida que cuenta su historia, no puede evitar desviar su mirada hacia sus cachorros. Su rostro tiene algunas arrugas, las que se recalcan cuando reta a sus perros debido a que se alejan algunos metros de su lado. “Si no les grito, estos porfiados se me arrancan y después los atropellan… ¿y quién tiene que andar juntando plata pa´l veterinario? Este pechito pues”.

También el “Señor de los perros”, como ha sido apodado, trabajó en la Vega: transportó cajones, pintó murallas y vendió fruta. Cayó en el vicio del alcohol, lo que le provocó, bajo su influencia, la caída desde un segundo piso de un edificio. “Se me desvió la columna y me fracturé el brazo izquierdo. Más encima, de pasadita, me detectaron tumores cancerígenos en la boca y en el cerebro”.

En 1973 fue llevado al centro de tortura del Estadio Nacional. Allí estuvo seis meses, los cuales aún no logra olvidar. “Me dieron golpes de corriente, me hicieron simulación de fusilamiento, me echaron ratones en la boca y vi morir gente en mis propios brazos de ataques cardíacos por el puro miedo”.

Actualmente, este hombre de mediana estatura y de ronca voz, duerme bajo un puente en el terminal de buses del metro Bellavista de La Florida. Recorre todos los días las calles para recoger animales abandonados y cuidarlos como si fuesen sus hijos.

Le cuesta mucho reunir dinero para vacunarlos a todos, ya que en estos momentos son 55 “quiltros”, como los llama él con cariño. Cada inyección para sus perros cuesta alrededor de $2.500; internarlos, $5.000 y las vacunas $1.000, además hay que agregar la alimentación de ellos y la suya. “Con la plata que la gente me da trato de curar a mis perritos, y muchas veces he dejado de comer por favorecerlos”.

Apoda a sus compañeros de cuatro patas según sus distintas características: la “Gladys Marín”, el “General”, la “Negra Ester”, la “Celia Cruz”, el “George Bush”, el “Osama”, la “Paulina Rubio”, el “Clavel” y el “Torrante” son algunos ejemplos.

Alan se autodefine como amante de los animales, ya que éstos le han dado todo lo necesario: amor, familia, libertad y responsabilidad. “Doy todo por ellos y lo seguiré así hasta el final de mis días”. Claro ejemplo de lo anterior es la caminata que realizó desde Santiago hasta el Congreso, en Valparaíso, junto a sus animales. “Protesté contra la matanza de perros callejeros y hablé con algunos políticos. Yo les dije: ‘ustedes ladran y yo ladro cien veces más fuerte’, ya que fueron súper evasivos conmigo”.

No se arrepiente de nada de lo que ha hecho en su vida. Está conciente de que se le han presentado muchas oportunidades y él las ha rechazado porque prefiere seguir al lado de sus fieles amigos. “Yo de joven era súper encachado y muchas señoras de plata me ofrecieron ir a vivir con ellas, pero yo nunca dejaría a mis animales por unas cuantas ‘viejujas’”, dice entre risas.

Alan se encuentra por estos días luchando por un sitio para vivir con sus perros debido a que la Municipalidad de La Florida quiere desalojar a los animales de este singular hombre de las calles. “Sólo Dios sabe cuánto tiempo me queda acá. Lucharé cada minuto de mi existencia por ellos (los perros). Daré de mí todo lo que sea necesario, tan sólo por ver sus inocentes caritas felices. Sólo así me podré morir tranquilo”.

A lo lejos, una gran cantidad de ladridos delatan a un grupo de enérgicos perros que persiguen a una camioneta. “¡Vengan acá perros de miechica!”, se siente desde el otro extremo de la plaza.

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