
Lo sé; suena extraño, pero qué quieren que le haga: mi vida tiene una severa peculiaridad enraizada.
Amanecí con un sentimiento algo cobarde: un miedo a poner un pie en la calle. Tenía unas ganas inmensas de arrancarme los ojos y tener así una "pequeña" excusa mientras me desangraba por voluntad propia en mi cama. Pero no: saqué fuerzas del Nesquik que nunca me tomé cuando chica y decidí arriesgarme pese a mi mal presentimiento.
Tan porfiada que salí. Tan testaruda. Tan fija en una puta idea que no se va de mi cabeza hasta alcanzarla. Debe ser por eso que en esta demencia que me acompaña tomo todo como un singular trofeo: peleo por ello hasta alcanzarlo y no rendirse resulta agotador.
El problema no va en alcanzar lo que quiero, sino que no hago un previo estudio en cuanto a lo que voy. No calculo riesgos, no evalúo estadísticas que me soplan entre cifras lo que me pueda pasar y me sumerjo en un juego en el que no puedo perder, porque simplemente no sé admitir las derrotas.
Ahora me explico aquel karma: contigo ha sido la única vez que he sacado un segundo lugar y por ello mis constantes manías respecto de ti. Pasan los años y no me conformo con el premio de consuelo.
Será por eso que sigues aquí sin estar.
No sé perder...
Y puede que la medalla de plata aún me pese en el pecho.